viernes, 26 de agosto de 2016

Un extremeño en la CCC UTMB 2016

...y la curiosidad mató al gato



Todo el mundo ha oído hablar de esta carrera, todo el mundo que está en este mundo, ya me entendéis. El Ultra Trail del Mont Blanc, esa carrera que siempre ganaba Kilian y que partiendo de Chamonix (Francia), pasa por Italia y Suiza para acabar de nuevo en Chamonix. Alrededor del Mont Blanc. Casi nada. Tanto había leído, tantos vídeos había visto, tanto había corrido en mi imaginación pensando en esta carrera, que la tenía completamente mitificada. Y como yo, casi todos los que conozco a los que les guste correr y la montaña.

Y yo no estaba destinado a correrla, ni por mi imaginación podía pasar esa posibilidad. Todo fue producto de una broma. En enero de 2.016, por casualidad me fijé en que se abría el plazo para preinscribirse. La curiosidad por saber que necesitabas para poder correr esa carrera (además de piernas y cabeza) hizo que entrara en la web. Lógicamente te piden unas condiciones de partida, demostradas con una puntuación que obtienes en otras carreras tipo ultra. La carrera que se conoce como Ultra Trail del Mont Blanc (UTMB) tiene un recorrido de 170 km (100 millas) y 10.000 m de desnivel positivo, y como esperaba, con las carreras que yo había terminado anteriormente, Ultra Trail de Sao Mamede (Portugal) y Medio Ultra de Gredos no había opción, no tenía puntos suficientes. Sólo era curiosidad...

...pero

había otras distancias, concretamente me fijé en una de ellas, la CCC, que sigue parte del recorrido de su hermana mayor la UTMB, pero con una distancia de 101 km y un desnivel positivo de 6.100 m. Empecé a rellenar el formulario de inscripción, solo para ver si tenía puntos suficientes, y resulta que si los tenía. Pero paré ahí, hice un pantallazo del formulario con mis datos, como si me hubiera inscrito  y lo envié al grupo de guasapp de mi cuadrilla de corremontes. Como era de esperar nadie me tomó en serio.

Y mi cabeza empezó a soñar, y veía a Kilian y al Mont Blanc, y resonaba atronadora una pregunta, "y por qué no?", pero a la vez me avergonzaba de llegar a imaginarlo. Me veía como una especie de Paco Martínez Soria intentando descifrar algún teorema matemático. En fin, ya se me pasaría.

Y al día siguiente, cuando debería estar de nuevo con los pies en la tierra, en la liga de correr La Pencona, Artesanos y Jerte, lo volví a escuchar, rebotando entre mis meninges. Y como un niño pequeño cuando habla con Batman, me tapaba los oídos para no escuchar a Kilian: -Y por qué no?

Y el corazón pudo con la cabeza, y de nuevo me vi frente a frente, yo a un lado y el formulario de inscripción al otro. No podía evitar esa vergüenza, como cuando de chico querías hablar con la más guapa, como si me quedara grande lo que había al otro lado de ese botón donde ponía ACEPTAR.

Pero claro, no todo iba a ser tan fácil, era una simple preinscripción, vale, tenía los puntos, había que pagar 50 euros y eso sólo te daba derecho a participar en un sorteo de cuyo resultado dependías para finalizar el proceso de inscripción. Bueno, ahí ya se enfrió mi calentura y lo que hasta ahora había parecido muy fácil daba su verdadera cara. Había que esperar al día 13 de enero para saber si estaba entre los elegidos, una semana. Si no te tocaba, te devolvían los 50 euros y como si no hubiera pasado nada.

Yo no suelo ser afortunado en el juego, menos mal. Pero esta vez se dio una excepción, y allí estaba mi nombre entre los elegidos. Ahora debía pagar el resto de la inscripción, convencer a mi mujer de que nos fuéramos a los Alpes en pleno mes de Agosto, con tres niñas (una de dos años y medio), en un viaje de más de 1.500 km en coche, encontrar un alojamiento barato y sacar tiempo todos los días para preparar esa carrera. O perder 50 euros.

Y Virginia me dijo: - Y por qué no?

Está claro que cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño. Y ella se convirtió en el alquimista que convirtió un simple trozo de metal en oro.

A partir de ese momento había que compatibilizar trabajo, familia y entrenamiento. Había que planificar bien lo que quedaba hasta el 26 de Agosto. Pero eso era lo más fácil...

La temporada se planificó sola, decidí entrenar haciendo carreras largas, marcamos tres fechas en los meses de abril, mayo y junio. Cuando digo marcamos, me refiero a los sipotes, y concretamente a dos de ellos, a Sergio y a Javi, vitales en mi preparación. Ellos han estado en todas, tampoco me olvido de Andrés Gaviro o de Andrés Aventure que han sido importantes en momentos muy oportunos. Pero de manera general tengo que reconocer a todos su aportación personal, saber que siempre están ahí, saber que estoy rodeado de muy buena gente.

En el mes de Abril hicimos las Millas de Mérida, 100 km, una carrera sencilla, en nuestra ciudad y su entorno, por terrenos que conocemos a la perfección. Completamente aconsejable para aquellos que quieran hacer una carrera de larga distancia por primera vez.



En Mayo nos fuimos a Portugal, al Ultra Trail de Sao Mamede, con salida en Portalegre, otros 100 km con un poco más de desnivel. Nadie te trata tan bien como los lobos portugueses.



Y por último en Junio nos fuimos a Asturias, hicimos "La Traveserina", carrera de media distancia, no llegaba a los 50 km, pero con un desnivel positivo considerable. En los Picos de Europa, en montaña de verdad, con sol, con nieve, con niebla. Un paraíso, como no se cansa de recordarme un buen amigo.



Como se puede ver, Sergio y Javi siempre están en la foto, y espero que sigan saliendo siempre en las fotos del resto de mi vida, junto a sus familias. Les echaría mucho de menos en el transcurso de la carrera y el Mont Blanc me preguntó por ellos.

Evidentemente el entrenamiento implicaba preparar cada una de esas carreras, con mucho sacrificio, quitando tiempo al tiempo. El resultado fue el esperado, creo que llegué en un buen momento de forma y creo que nunca he estado tan delgado. Cuando uno cuenta esto, el que lo lee puede pensar que es lo único que hago, pero por supuesto también estaba el trabajo, y la vida diaria con su rutina tan necesaria.

Siempre me acompañó la sensación de que aquello no era para mi, de que estaba siendo demasiado atrevido, o presuntuoso. Hasta que una mañana de un 23 de agosto abrí una ventana y mirando muy arriba, muy arriba vi como el sol hacía brillar la cabeza del Mont Blanc, que asomaba todavía tímido detrás de otra montaña. Ya estabamos en Saint Gervais des Bains, pueblo precioso, en un hotel maravilloso, rodeado de gente que iban a lo mismo que yo. Intenté que la prueba y todo lo que había alrededor no afectara a mi familia, intenté que aquello se convirtiera en unas vacaciones normales en un sitio de ensueño. Pero eso fue imposible, por la sencilla razón de que Virginia y las termitas también se contagiaron. Como ella decía, Chamonix se convirtió en el sitio donde se juntan todos los que estamos locos, los tontitos de las montañitas como dice otro buen amigo. 








Pero es que era para volverse loco, una ciudad preciosa rodeada de montañas, con una feria dedicada al Trail, con gente que va por la calle vestida como si fuera a empezar la Zegama en cualquier momento. Todo era provocador, hasta Olga me pidió un día salir a correr para entrenar, porque ella también participaba en otra carrera para niños que formaba parte de las muchas actividades que rodeaban la prueba. Y allí me vi, con mi hija de 8 años corriendo por una pista de esquí, enseñándola a bajar que es lo único que se me da medio regular. Fueron momentos muy buenos que siempre guardaremos en la memoria. 










Todo era ceremonioso, el arco de meta, la música de Vangelis por todos sitios, la recogida de dorsal, el control de material obligatorio, muy exhaustivo porque la montaña no avisa. Además de comida y agua, debías estar preparado para el sol, para la lluvia, para el frío. La mochila pesaba mucho, además mi tendencia a ponerme siempre en lo peor hizo que echara alguna cosilla de más, en mi caso creo que podía enfrentarme perfectamente a un holocausto nuclear y sobrevivir sin problema. En fin, ya estaba todo, tenía mi dorsal y sólo había que esperar a que pasara el tiempo. Coincidí allí con otros extremeños, Gonzalo y Alberto del grupo de Vila Raiders de Olivenza. También fue un placer encontrarme con Pablo Villalobos y su familia, intercambiar unas palabras con él, que es referencia deportiva y que últimamente se deja ver por Chamonix corriendo contra el sol. Luego aparecieron por allí los favoritos y otros referentes como Fernanda Maciel, Anton Krupicka y Gediminas Grinius. Me hubiera gustado ver a Zach Miller o a los nuestros, a Luis Alberto Hernando o Miguel Heras. Pero les vería entrar en meta, el domingo por la mañana, mis apuestas iban para Zach Miller o Luis Alberto, un americano contra un burgalés, lo siento por el americano.








Y sin darme cuenta faltaba ya solo un día para iniciar la carrera, la salida era en suelo italiano, el viernes 26 de agosto a las 9 de la mañana. El nombre de CCC viene de Courmayeur-Champex-Chamonix, se sale de Courmayeur (Italia), se pasa por Champex-Lac (Suiza) y terminamos en Chamonix (Francia), tres países. El día previo dediqué toda la tarde a descansar, una buena siesta, estudiar un poco el recorrido, la situación de las subidas, las distancias entre avituallamientos, en fin, a ponerme más nervioso. Carga de frontales, reloj, móvil, baterías de repuesto, geles, barritas. Creo que me he quedado corto con lo del holocausto nuclear, podría meterme en un agujero negro. Me comí mis dos cuartos de pizza para cenar y a la cama. Dormí muy bien, del tirón, las niñas colaboraron. Me desperté a las cinco y media y ya no me volví a dormir, había quedado a las siete para desplazarme a Courmayeur con unos vecinos franceses del hotel, por tanto tuve tiempo de dar un último repaso, hacer mis cositas, otros dos trozos de pizza y al lío. Me despedí de mis mujeres como quien se va al frente, no pasarán!!!




Por fin en Courmayeur. Para llegar tienes que atravesar un tunel que pasa por debajo del Mont Blanc, es un viaje de unos 45 minutos desde Saint Gervais, los franceses con los que voy no hablan inglés y menos español, y como yo tampoco hablo francés pues tampoco tengo que preocuparme por las relaciones entre los dos paises. Intento dormir pero ya los nervios no me dejan, a diferencia de otras carreras largas, en las que al salir de noche empiezas con sensación de sueño, aquí voy con los ojos como platos, con mucho optimismo y no voy a negarlo, muy seguro de mi mismo.

Cuando llegas y ves lo que hay allí montado es difícil de explicar, casi 2000 personas, de todas las nacionalidades, como puede haber tantos japoneses, muchos americanos, colombianos, etc... Te colocan en tres grupos, por dorsales, la élite delante, los semiamateurs detrás y después los domingueros. Colocadito en mi sitio, en el tercer grupo y a esperar. Suenan los himnos, el de Suiza, el de Francia y el de Italia, esto parece la Champions. Llega la hora, música de Vangelis otra vez, todo el mundo grabando con los móviles, pelos de punta, el colombiano que tengo a mi izquierda no contiene las lágrimas, la cuenta atrás en italiano y por fin empieza. Pero pasan dos minutos y no nos movemos, ni andamos, y seguimos sin movernos. Resulta que primero salen los élite, quince minutos después los semiamateurs y media hora después nosotros. Media hora más de nervios. Hasta que por fin me toca...



Ahora sí. Nos hemos desplazado hacia el arco de salida, como he sido de los primeros en llegar estoy en segunda fila, y puedo ver todo lo que pasa delante y detrás. Un espectáculo, se le da a todo una importancia muy grande, nos hablan como si fuéramos a enfrentarnos al imperio persa, y el caso es que te lo crees, la motivación es inmensa. Te sientes un poco abrumado por todo, hay muchos españoles, hablas con todos y te sientes muy cercano a ellos, te preguntan de donde eres y allí sale el orgullo jarandillano, eso sí siempre diciendo que vives en Mérida. Allí te acuerdas de muchas cosas, de toda la gente a la que quieres, de tu familia, de los que se han ido. La verdad es que puede parecer muy teatral, o muy friki, pero ya que vas, mejor creérselo, y allí estaba yo buscando a los persas con mi navaja en la mochila por si pasa cualquier cosa.

Otra vez la música de Vangelis, ahora te suena mejor porque sabes que es para tí, tengo otra vez al mismo colombiano a mi izquierda, está como para darle algo. Yo también estoy muy nervioso y con una alegría desbordada, me cuesta retener la sonrisa tonta. La cuenta atrás... dieci,   nove,   otto,   sette,   sei,   cinque,   quattro,   tre,   due,   uno... 


Y salimos, muy rápido, voy de los primeros, mucha gente animando por las calles, muy ruidosos, se ven los primeros cencerros, o campanillos como se diría en mi pueblo, veríamos muchos a lo largo de la carrera. Seguimos por una carretera que poco a poco va subiendo, alejándote de la ciudad y entramos ya en caminos y trochas. En los primeros 10 km tenemos que subir 1.300 metros, así sin vacunar. El terreno es muy bueno, nada técnico, muy fácil para correr si se pudiera, porque vamos en fila de a uno, en caravana, no merece la pena adelantar. Las vistas son espectaculares, y poco a poco vamos llegando arriba, al punto más alto de la carrera, Tete de la Tronche. Las vistas de la fila de corredores zigzagueando por toda la ladera de la montaña son espectaculares, como un hilo de colores sin fin que se pierde en el cielo. Cuando llegamos arriba el sol ya va haciendo estragos, menos mal que el día antes me compré una gorra de esas que tapan el cuello, fue un consejo de la organización, de última hora, por sms para todos los corredores. De repente noto que tengo mucha hambre, como si se hubiera encendido el chivato que avisa de algo en el coche, han pasado casi 6 horas desde que me comí mis dos trozos de pizza, he ido bebiendo agua y tomando sales, pero comida no. El primer avituallamiento me queda todavía a 5 km y llevo dos horas y media de carrera. Decido tomarme un gel, no por falta de fuerza, por hambre y también una barrita energética. Me quedo nuevo.









Desde Tete de la Tronche se inicia ahora una bajada que te lleva a la zona de los refugios, aquí ya podemos correr todo lo que queramos y aprovecho. Me siento muy bien, con fuerza, a pesar de que las moles que tienes a los lados te hacen pequeño pequeño, primero llegamos al Refugio Bertone y después al Refugio Bonatti. Esta parte es muy cómoda para correr, con terreno favorable, voy adelantando corredores. Voy cuidando mucho la hidratación, agua frecuentemente y un chute de sales cada hora. Hace mucho calor y el sol aprieta. Otra bajada, dirección Arnouvaz, ya en Suiza. Allí nos espera el primer gran avituallamiento con comida sólida. Por ahora voy corriendo en todos los llanos y bajadas, parece que va bien la cosa.





En Arnouvaz te tienes que parar, entras en un espacio cubierto muy grande donde parece que hay una gran fiesta, reponemos agua de las mochilas, un par de mini bocatas de chorizo y queso y un cazo de sopa. Seguimos, que ahora viene la subida a Grand col Ferret. Se trata de una subida más corta que la anterior y sin tanto tráfico, aquí podemos andar rápido, hoy me llevo muy bien con los bastones, les he pillado por fin el tranquillo, noto mucho su ayuda y sigo adelantando corredores. Sigo muy contento porque me noto cómodo subiendo, a buen ritmo para mi.






Llegamos arriba y de nuevo para abajo, ahora tenemos una bajada muy larga, de unos 20 km en los que descendemos 1.500 m. Se puede correr bien, hay alguna zona un poco más complicada pero también hay otras muy favorables. Aquí coincido con un chico con el que me pongo a hablar en inglés mientras los dos hacíamos un pis mirando al Mont Blanc, claro, una cosa es mear junto a un tío pero otra cosa es mirarse, por tanto los dos seguimos hablando en ingles. Ya cuando empezamos a correr nos vemos las camisetas y vemos que los dos somos españoles, uno de Málaga y otro de Mérida. Me dice que voy demasiado rápido, que ahora el terreno es muy favorable y te invita a correr pero que el final de carrera te guarda tres sorpresas muy fuertes. Era su segunda CCC y agradezco su consejo pero yo me encuentro bien y sigo corriendo, además adelantar gente te alimenta las piernas. Me despido de mi colega malagueño y tiro. Vamos pasando los diferentes controles, La Peule, La Fouly y Praz de Fort. Los pueblos de esta parte (Suiza) son preciosos, casas de madera muy oscura, con jardines verdes donde a estas horas de la tarde están merendando a la vez que ofrecen agua a los corredores. Por cierto, constantemente cruzamos arroyos de los cuales se puede beber agua en todos, un agua pura, fría y cristalina, que llega directa de los glaciares, también sirve para mojar las gorras y refrescarte la cabeza. Nos siguen animando con los campanillos, eso no varía sea Italia o Suiza.




Ahora una pequeña subida hasta Champex-Lac, este punto para mi era una buena referencia, es el equivalente a Marvao en el Ultra Trail de Sao Mamede. Kilómetro 56 de carrera, casi 11 horas, y ya tenemos que encender los frontales, aquí cambiarían las reglas del juego. Cuando entras en el avituallamiento de Champex-Lac tienes la sensación de estar en el Cotillón de alguna fiesta de nochevieja, hay muchísima gente sentada en las mesas, me tomo el enésimo cazo de sopa y otros dos mini bocadillos, pero no paro. Sigo para adelante aprovechando una pequeña bajada y recordando las palabras del malagueño, "a partir de Champex empieza lo peor, tres kilómetros verticales". En la bajada coincido con otro chico que me dice lo mismo, "ahora empieza la carrera". Coinciden estas palabras con mis primeras molestias en los cuadriceps, nada, eso es miedo. Nos hidratamos.

Iniciamos la primera de las tres subidas, la que lleva a La Giète, bueno, es complicada pero en principio sin problema, un poco más lento porque el cansancio ya se va notando. Otra cosa es la bajada, ahora se notan las piernas, la bajada es fuerte y técnica, muchas piedras y raices. El tener que ir frenando me está haciendo polvo las piernas y tengo que parar y andar, en la bajada, se encienden todas las alarmas. Es de noche, las piernas no responden como deberían, un par de tropezones y el miedo es libre. Quien lo iba a decir, deseando que empiece la subida. Llegamos a Trient donde sigo con mi estricta dieta de sopa y bocata de chorizo y queso.

Iniciamos la segunda subida de las tres finales, mismas sensaciones, subo bien, incluso adelanto puestos, más cansado pero bueno, llegamos a Catogne. Ahora empieza de nuevo el calvario de la bajada. Esta es mucho peor, más larga, más técnica, raíces, escalones, cuando sin querer me embalo porque la gravedad y mi peso se alían tengo la sensación de que se me van a romper los cuadriceps, es como si fueran de madera. Lo paso mal, muy lento y me empiezan a adelantar. Hay que llegar a Vallorcine como sea. Por fin oigo el jaleo del puesto y se ve el pueblo, menos mal. Sabíamos que esto no era fácil. Llegando al pueblo veo que estoy realmente cansado, incluso tengo sueño. Me tomo otros dos cazos de sopa muy calentita que me rematan y no puedo evitar pegar una cabezada de 10 minutos con la frente apoyada en la mesa. Cuando me incorporo tengo sentado frente a mi a un chico de la organización mirándome fijamente, a medio metro de distancia, - "Te he asustado eh?". Venga arriba, empieza la última subida. 

En cada puesto hay un cartel donde explica perfectamente el desnivel y la distancia hasta el siguiente control. Queda una subida de 8 km hasta Tete aux Vents, donde subes 900 m y una bajada de 3 km hasta La Flegere donde desciendes 300 m. Bueno es duro pero es corto y es poca bajada. 

Empezamos la subida, en 8 km se suben 900 m, venga, el caso es que tengo la sensación de no estar subiendo mucho, así pasa un kilómetro, y otro, llegamos al cuarto kilómetro de subida y habré ascendido unos 300 m +. Me horroriza pensar lo que viene, se supone que en 4 km debo subir 600 m. Efectivamente la cosa se pone muy fea, escalones de roca de más de medio metro de altura, es imposible andar, no sabes si guardarte los bastones y directamente trepar, pero la exigencia es tal que no te queda un gramo de fuerza. Empiezo a notar mareos y me tengo que sentar cada 300-400 metros. Nunca he hecho una subida como esta, y al final de la carrera. El espectáculo es dantesco, mires donde mires solo ves zombies arrastrando las piernas. Mucha piedra, y miras para arriba y no acaba, sigues viendo la fila de luces de frontales. Al final como puedes llegas al control, más con el corazón que con las piernas, porque la cabeza ya hace rato que te ha abandonado. Siguiente destino La Flegere, solo son tres kilómetros en bajada.

Pero, se hace eterno, aquí amanece, apago el frontal y sigue el desfile de zombies por las piedras, de repente en frente, al otro lado del valle se ve el glaciar de la Mer de Glace, que estuvimos viendo días antes. Y aparece al fondo el puesto de control, que parece que se va alejando. La Flegere es un telesilla que se ve perfectamente desde Chamonix. Por fin entro y me siento, llamo a Virginia, me quedan solo 8 km en bajada para llegar a meta, son las 7 de la mañana y le digo que voy a llegar a las 9.00. No creo que pueda correr nada de nada.

Así es, empiezo a andar con los demás zombies, poco a poco, ya no queda nada. Te empiezas a cruzar con gente que te anima y te empuja. No queda nada, oyes los primeros ruidos de la ciudad y de repente algo pasa, me faltarán todavía 5 km, pero empiezo a correr, todo se empieza a ver de otra forma, el sol brilla, no hay ni un zombie, lo que antes era un camino lleno de raices y piedras ahora parece un prado verde, y cada vez te queda menos. Más ruidos de la ciudad, se oye música y llamo a Virginia porque me falta solo un kilómetro y son las 8:20. Me dice que ya está en meta, yo ya estoy dentro de la ciudad, como te aplaude la gente, saben que te has cargado tu solo a todo el imperio persa. Ahora voy despacio, corriendo pero muy despacio, no quiero acabar, cruzo el río de Chamonix y llego a la zona comercial. Muchos aplausos, me abruman, no me cabe la sonrisa en la cara y caen las primeras lagrimas. Bajo por la calle principal y veo al fondo a mi familia, de nuevo amores, lágrimas y sonrisas. Casi no puedo ver, llego donde están ellas y sus abrazos acaban de rematarme, no me quiero mover, pero tengo que dar otro pequeño rodeo para encarar la meta, allí me esperarán de nuevo.



Ahora sí, se vienen mis tres pequeñas conmigo, Virginia se queda allí pero ella es la que tenía que haber entrado primero en meta. Que sensación más increíble. 





Y terminé. Estoy vacío, pero ellas en seguida hacen que se me olvide. Mi mejor premio.

Nunca había sentido ésto.

Muchas gracias a todos los que de alguna manera habéis vivido un poco de esta experiencia conmigo. Muy especialmente a mi familia, a mi gente de Jarandilla, a mi gente del Diocles, a mis amigos, y especialmente a los Sipotes, Luis Poppy y Fernando que lo han sentido casi como yo.

Al final fueron 23 horas.




...adiós Chamonix


...y muy especialmente, gracias, a las que nunca me dan la espalda