viernes, 15 de mayo de 2015

Ultra Trail Sierra de Sao Mamede, 2.015


...que necesidad.

Hace ya mucho tiempo, tanto que casi tengo que esforzarme para recordarlo, uno de mis mejores amigos del cole estaba tocado por la varita mágica de la habilidad futbolística, era de los que elegía los equipos y yo de los que eramos elegidos los últimos. Nuestra feliz EGB, ya tan lejana y añorada. Recuerdo que en sexto, de repente empecé a estudiar, y ya no paré nunca. Mi querido amigo futbolero, ya convertido en líder total no necesitó estudiar, para qué. Eso sí, seguíamos siendo buenos amigos, y nos reíamos cuando me decía que "de tanto libro me iba a volver tonto". Esa frase se quedó tatuada en mi cerebro.

...pero es que hay que estar muy tonto para correr 100 km



Realmente la palabra más adecuada es "loco", no tonto, pero ¿qué sería de nuestra vida sin nuestras locuras?. Igual que un día en sexto empecé a estudiar, otro día, empecé a correr, y ya no paré nunca. Quizá porque me da satisfacciones que me llevan directo a aquellos años alegres de EGB. Aquellos años de referencias para toda la vida, como un tal Don Quijote, que de tanto libro de caballería se volvió tonto (loco).

Fue el año pasado, en 2.014, cuando tuve la intención de participar en esta prueba, pero las lesiones y las circunstancias me convirtieron en espectador de la misma, en testigo de cómo mis compañeros realizaban la hazaña. También vi como algunos no pudieron acabarla y se convertía en una espinita que se quedaba ahí clavada. 

A su vez, poco a poco, fue aumentando mi admiración por las gentes, pueblos y paisajes portugueses. Por tanto este era el año, inscripción realizada. Mi primer Ultra de montaña serio se convertía en objetivo para la temporada. Yo no supe entrenar en condiciones este tipo de prueba, el trabajo, la falta de tiempo y en ocasiones cierta pereza me alejaban de la linea a seguir. Siempre confié en mi ilusión y en la fe en mi mismo. Y con esas dos armas debería bastar, o eso pensé yo.

Llegó el día, por la mañana a trabajar, muchos nervios, preparación del equipo, cambia las ruedas del coche, viaje a Portugal toda la familia, muchos nervios, encontrarse allí con los compañeros, recoge dorsal, intentar dormir, hay que cenar, muchos nervios, que no llegamos, viste a las niñas, prepara la mochila, muchos nervios, Marco te están esperando, el frontal, se me ha olvidado crema para el sol, muchos nervios.... y cuando me quise dar cuenta estaba en el estadio, a 20 minutos de dar la salida para una carrera de 100 km, ya no había nervios, solo había sueño, no podía con mi cuerpo. 








Aquello empezaba muy raro, yo lo recuerdo como un sueño, la música, las luces, tanta gente a tu alrededor, el cansancio que invadía mi mente y mi cuerpo, una especie de nebulosa que flotaba en el aire (o en mis ojos). El caso es que de repente, como un autómata, mi cuerpo corría arrastrado por la multitud, con la alegría de los inicios, una especie de locura colectiva de colores, luces y sonrisas. Allá vamos, a las 24:00 horas del día 15 de Mayo, día de San Isidro, en Portalegre.



Era impresionante ver tantas luces en la noche, noche muy oscura por cierto, los ritmos al principio eran alegres, optimistas, como si aquello no fuera lo que era. Instintivamente busqué al que consideré mi socio para aquella aventura, a Diego, el chiquitín que me saca una cabeza y allí le tenía a mi lado. La sensación de cansancio no se iba de mi mente, que sumado a la oscuridad, a la nube de polvo que constantemente nos acompañaba y a los destellos de los frontales alimentaba la sensación de estar en algún sueño o en alguna especie de locura detenida en el tiempo.

Poco a poco íbamos gastando kilómetros, subiendo, bajando, mucha gente, a buen ritmo. Aproveché para hablar mucho con Diego, para disfrutar de los gritos de ánimo, de los suculentos avituallamientos (¡¡¡tomates!!! quién coño comerá tomates), que bonito el primer pueblo, Alegrete, con sus colores blancos y azules. Apenas llevábamos 15 o 20 kilómetros y Diego empezaba a tener molestias, nos quedaba mucho todavía, yo seguía como un autómata, en algún lugar entre el sueño y la locura, de repente se unieron a nosotros dos chicos de Calamonte con los que compartimos cena unas horas antes. Poco a poco empecé a irme un poquito por delante, hasta que de repente me encontré solo. Yo sólo y media vida hasta llegar de nuevo a Portalegre. Ahí se paró el tiempo y los minutos empezaron a correr muy despacio y parecía que ya no corría, solo pensaba, y hablaba conmigo mismo y seguía teniendo sueño.

De repente empiezan las primeras subidas complicadas, la línea de frontales que se veía perderse en las alturas marcaba el sitio por el que tocaba sufrir, y de repente los sentí. Eran tres, intimidantes, sólo se veía su ojo incasdencente que se abría y cerraba, el único que tenían abierto mientras el otro descansaba. No se les podía ver con la oscuridad, pero el sonido inconfundible de su respiración les delataba. Un sonido rítmico, bufidos terribles repetidos constantemente. Eran gigantes y no estoy loco, lo eran.

La subida me llevaba directamente hacia ellos, pero no tenía miedo, estaba fascinado y maravillado, de hecho ninguno de los compañeros parecía asustarse ante la presencia de los tres gigantes de Sao Mamede. Según me iba acercando me iba invadiendo una sensación embriagadora, de nuevo la nebulosa del cansancio parecía aturdirme, hasta el punto de que cuando estaba llegando a los pies de uno de ellos no sabía si aquello era verdad. Sentía el aire directo, acompasado, de su respiración, fuuuuu, fuuuuu, fuuuuu. El frío era paralizante, como pude me defendí con los manguitos, fue entonces cuando me volví loco y donde había un gigante de repente apareció un molino. Miraba hacia arriba desde sus pies, y lo que era un ojo en realidad era un foco rojo de señalización y lo que parecían guiños en realidad eran los efectos del paso de las aspas por delante de la luz contra el cielo oscuro, unas aspas gigantescas que segundos antes eran los brazos de uno de mis gigantes. Estaba debajo de un molino de viento (de un parque eólico), yo sabía que aquello no era posible pero la locura te lleva a situaciones increíbles, la angustia me llevó a buscar a Sancho y le pregunté desazonado: "Son gigantes o son molinos, Sancho?". Pero Sancho me miró, me deslumbró con su frontal y me gritó: "Força!!!". Me despertó y me alegré porque todo volvió a la normalidad y ya estaba allí otra vez el gigante devolviéndome al mundo real. Nadie parecía inmutarse por tanto yo me ceñí a aquello de "donde fueres haz lo que vieres", bebí agua y me lancé en busca del avituallamiento del km 30.

Éste fue uno de los puntos importantes de la carrera, el avituallamiento se disponía dentro de una especie de "haima", para protegerse del viento, allí me hidraté, comí y me encontré a Gonzalo, su cara enseguida me dijo que algo no iba bien, le pregunté y me confirmó que lo dejaba, los calambres no le perdonaban y prefirió parar. Creo que acertó. Después me enteré que Diego también se retiró allí, no podía evitar pensar que a lo mejor debería haberme quedado con él, pero en fin, no lo hice, por tanto ya no podía hacer nada. La carrera seguía, todavía a buen ritmo, corriendo en llanos y bajadas y andando en las subidas pronunciadas, en los avis comía platanos e iba rellenando la mochila. Por ahora sin problemas en cuanto a comida e hidratación. El siguiente objetivo era llegar a Marvao, donde podría cambiarme de ropa y descansar para afrontar los últimos 40 km. Todo iba bien.



De repente amaneció, y a mi me dio la sensación de que yo también despertaba, el objetivo estaba claro, llegar al castillo de Marvao. La luz del sol daba otra dimensión a la carrera, que transcurría por pistas cómodas, donde era fácil correr. No pude evitar en una de las cumbres, darme la vuelta para mirar por donde habíamos pasado, entonces volví a verlos, claramente, a los tres gigantes moviendo los brazos, que clase de locura pudo engatusarme para dudar de ellos. De repente apareció el castillo de Marvao, en un alto dominando el entorno, el sol hacía que la ropa empezara a sobrar pero por no parar aguanté hasta llegar al avituallamiento. La verdad es que el trazado parecía alejarte del castillo, tuvimos que cruzar un río y ya tomábamos la dirección correcta, se hacía más largo de lo que parecía, o eran las ganas de llegar. Ya estábamos al lado, pero de repente otra vez para abajo, el recorrido te acercaba y te alejaba del castillo, de una manera casi cruel, la última subida era realmente complicada pero por fin tomamos el castillo. El acceso era a través de una puerta estrecha en la muralla, muy bonito lo que nos encontramos, la propia edificación, las calles del pueblo, los aplausos de la gente.

En Marvao me cambié de ropa y de zapatillas, la verdad es que las tenía empapadas de cruzar el río. Recuerdo los consejos de Juanan y de Ángel, que me decían que si me encontraba bien, si no tenía rozaduras ni molestias, que no cambiara las zapatillas. Error, yo sí lo hice, mis pies se habían acostumbrado a las zapatillas que llevaba y no supieron digerir otro calzado nuevo, de hecho lo pagué en los últimos 20 km. Repuse fuerzas, una sopa calentita y a correr. Empezaba el final de la aventura y ya no me separé de mi nuevo socio, el sol, que no dejó de mirarme ni un momento hasta el final.


Ahora las reglas habían cambiado, aparecían otros adversarios, la hidratación, el polvo de los caminos, la temperatura de tu cuerpo. Hacía ya tiempo que había consumido las pastillas de sales disueltas en el agua de la mochila. Y de repente los tomates que horas antes rechazaba, ahora me parecían apetitosos, de hecho con un poco de sal me dieron lo que necesitaba. Así fueron cayendo los kilómetros, sufriendo ahora por el sol y el calor, parando en todas las fuentes, mojándome constantemente la cabeza y el pañuelo para mantenerla fresca y evitar sustos. Ahora el objetivo era llegar al avituallamiento del km 87, situado en el Convento da Provença, que casualmente era el sitio donde dormíamos y donde sé que estaban esperándome Virginia y mis hijas, además de Angelito y Rosa con sus hijos y de las familias de Javi y de Pepín.

Llegar a ese punto fue un suplicio, se hizo muy largo, se me acabó el agua y el sol me había quemado los brazos. Llegué en muy malas condiciones pero claro, ver a los tuyos alimenta. Ver a Virgi, Olga, Natalia e India fue como beber el Bálsamo de Fierabrás, que en otras páginas sirvió a Don Quijote para curar todas sus dolencias. Además me encontré con la sorpresa de que Sergio, Paula y Darido estaban también por allí. Descansé un poco, bueno más de un poco, mientras mi hija India intentaba reanimarme a besos. Javi y Pepín me dieron los últimos consejos, ellos ya habían acabado, y me lancé a por los últimos kilómetros.






El resto de carrera ya sólo lo recuerdo por la emoción de tener la certeza de que iba a acabar una prueba muy dura, por ser consciente de que la fé en uno mismo en este caso sirvió para contrarrestar la falta de entrenamientos. A partir de allí solo podía andar, pagué caro el cambiarme de zapatillas porque me aparecieron ampollas en el talón y en la planta del pie, donde nunca las había tenido, me costaba hasta andar. Fueron cayendo los kilómetros, la escalera interminable, el acercarse al estadio. Por fin entrar y correr, porque estabas acabando y uno se sentía el ser más afortunado del mundo, porque al fondo veía a Virginia y a mis hijas. Crucé la meta rodeado de lo que más quiero, llorando y mirando a mi mujer que también lloraba. Amores, lágrimas y sonrisas. Diecinueve horas después.





De repente me vi con la medalla al cuello, una medalla de corcho, simple, pero en la que se lee 


100 km 
U T S M 
FINALISTA 
2015



El lunes Olga llevó mi medalla al cole, la lucía orgullosa. A la pregunta del papá de uno de sus amigos, ella contestó que era de su padre, que había corrido 100 km. El padre con un tono burlón, le dijo: "y tu padre quien es Superman?" Y ella contestó: "No, es Don Quijote. Que de tanto libro se volvió tonto."

Bueno, esto último no sé si lo he soñado.


Por último me queda felicitar a mis otros compañeros, que con tiempos mucho mejores que los míos también disfrutaron de esta gran prueba, concretamente me refiero a Javi, Pepín, Falcón, Jose Peseta y Luis Ángel Pablos. Por supuesto también me acuerdo de Diego y Gonzalo, que ahora tienen una espinita clavada que se sacarán en el futuro. Gracias eternas a Ángel y Sergio que se acercaron a acompañarnos y a todo el grupo tan bueno que tenemos en Mérida, entre los que me faltan Juanan, Yaco, Manolo Casillas, Andrés Gaviro, Andrés Raid, Raul Soler, David Caballero, Luisve, Corrales y Martín. Y muy especialmente me acordé de Raul Aza, y sé que él se acordó de nosotros.





No me puedo olvidar de otro grupo humano del que me siento orgulloso, que es el C.A. Diocles, a todos mil gracias. Y por supuesto muchas gracias a los cercanos, a los de sangre, los de toda la vida, mi familia y mis moméneto.

También debo agradecer a toda la organización de la prueba, a todos los pueblos, a todas las personas que animaban, a las gentes en general de esa zona de Portugal, país que se ha ganado mi admiración y al que volveré siempre que pueda.